¿El mundo es como es y por eso nosotros lo vemos así o nosotros creemos que el mundo es de una determinada manera y por eso lo vemos así? ¿Vemos para creer o creemos para poder ver??
Esta es una gran pregunta a la que muchos filósofos han intentado dar respuesta, ¿nuestros sentidos nos muestran el mundo tal y como es o nuestro cerebro y su forma de trabajar nos da una imagen subjetiva del mundo??
Y como siempre suele ocurrir, la solución a la pregunta no es nunca ni afirmativa ni negativa, sino que las dos opciones son correctas, nuestra percepción del mundo depende de cómo es el mundo pero también depende en gran parte de cómo nosotros lo vemos, es decir que la realidad puede cambiar en función del observador. Evidentemente este no es un blog de filosofía, sino de salud, pero esta pregunta la podemos realizar igual no para el mundo, sino para lo que pensamos de nosotros mismos, y esto sí afecta directamente a nuestro grado de felicidad y salud, por tanto vamos a adentrarnos en ella:
¿De dónde vienen las opiniones y creencias que yo tengo sobre mí mismo, son reales o subjetivas?? ¿Cómo aprende mi cerebro y cómo creamos opiniones y creencias sobre el mundo, la gente y sobre nosotros mismos?
Para poder responder a estas preguntas debemos saber un poco de anatomía y fisiología de nuestro sistema nervioso, y en concreto de nuestro cerebro: nuestro cerebro está compuesto por neuronas, y estas neuronas, contrariamente a lo que sucede con el resto de nuestras células no se reproducen, es decir, nacemos con las neuronas que nacemos y moriremos con las mismas o incluso con alguna menos porque alguna habrá muerto a lo largo de nuestra vida. Por tanto el aprendizaje, la inteligencia, la memoria,.. no dependen de que nuestro cerebro multiplique sus neuronas, sino de que las neuronas empiecen a interconectarse entre ellas. Cuando un bebé nace tiene ya todas sus neuronas en su cerebro, pero solo tiene una pequeña red de interconexiones neuronales, tan solo tres meses después, el número de interconexiones se habrá multiplicado exponencialmente. Es decir, que cada vez que aprendemos algo nuevo es porque entre nuestras neuronas se han establecido conexiones, cada vez que memorizamos algo, sacamos alguna deducción o establecemos alguna creencia, lo que está pasando en nuestro cerebro es que distintas neuronas están creando puentes neuronales, conexiones. Y una vez creadas, para nosotros serán verdaderas. Cada una de estas conexiones, cuanto más la usemos más gruesa y fuerte se hará, y por el contrario, si dejamos de usarla, se debilitará hasta romperse y olvidaremos. De igual modo cuando creamos una nueva conexión si ésta va unida a un impacto emocional fuerte, éste le dará muchísima fuerza a la nueva conexión y por tanto lo que hemos aprendido unido a impactos emocionales es mucho más difícil de olvidar.
(Si quieres ampliar la información sobre esté tema, te dejamos un vídeo de una de las clases de nuestro curso de Naturopatía.)
Este tema daría para muchos libros, espacio que aquí no tenemos, vamos a poner un ejemplo para concretar el propósito de este artículo: imaginemos que con tres añitos, un niño muestra a su profesora un dibujo (un dibujo no muy acertado), la profesora (que para el niño es una heroína que todo lo sabe y su máxima protectora en el colegio) tiene un mal día, la pillamos en un momento de enfado (a lo mejor por cualquier motivo personal, pues antes que profesora es una humana con sentimientos y estados de ánimo) y le dice algo desafortunado a nuestro niño, como «que mal está, si no eres capaz de hacer algo tan fácil cómo vas a poder aprender después cosas de verás más difíciles??». En este momento, la clase estaba en silencio y nuestro niño se siente avergonzado delante de sus compañeros, se pone colorado, y en su cerebro aparece una nueva idea: «si no soy capaz de dibujar bien, no seré capaz de aprender y suspenderé en el cole cuando sea mayor». Nuestro nuño (al que estas palabras han impactado profundamente) empieza a pensar que es menos que sus compañeros, que los demás dibujan mejor que él y empieza a «bloquearse» y no querer pintar, por miedo a que los demás vean lo mal que lo hace y mucho menos intenta hacer nada de deberes que él consideré difíciles o «de mayores» porque le da vergüenza que los demás descubran que él «es tonto».
Como vemos en nuestro ejemplo, el primer impacto acompañado de una situación de emoción negativa ha creado en nuestro niño una idea sobre él mismo, y esta idea, el mismo niño, sin ser cierta, la ha ido engordando y agrandando, cada vez que se niega a hacer algo, se va retrasando con respecto a sus compañeros, y efectivamente, cada vez sabe menos, si sigue así, si no aparece nada que cambie esta opinión que él ha creado sobre sí mismo, acabará por suspender seguramente todos sus estudios, y lo peor es que este niño, poco a poco olvidará de dónde salió la idea de que él era «tonto», pensará que no la dedujo de ningún sitio, pero que es así porque la vida se lo demuestra constantemente. ¿Nos damos cuenta de que tal vez este era un niño muy inteligente que simplemente en un momento dado hizo una conexión neuronal desafortunada de la que dedujo que él era «tonto» y a partir de ahí se ha dedicado él mismo con su actitud a demostrarse una y otra vez que su «conexión neuronal» es verdadera? ¿Nos damos cuenta que poco importa que el niño se inteligente o no lo sea, que lo que más importa es que él se considere a sí mismo capaz o no?? Si este niño, hubiese pensado de sí mismo que era inteligente, habría intentado aprender, y cuando algo le hubiera costado, se habría aplicado a fondo hasta aprenderlo «puesto que él es inteligente, no hay motivo para no ser capaz de aprender»? ¿Nos damos cuenta que puede llegar a pesar más nuestras conexiones mentales que la propia realidad? ¿Nos damos cuenta que las creencias que nosotros tengamos en nuestro cerebro van a condicionar totalmente o una parte importantísima la realidad que nosotros captamos?
Pues bien, Yo reto a todo aquel que esté leyendo este artículo a que revise sus propias conexiones neuronales sobre el mismo, a que revise las creencias y opiniones que tiene sobre sí mismo («soy afortunado», «soy trabajador pero pobre», «no puedo estudiar una carrera», «no puedo optar a más», «soy una buena persona», etc…) y que dedique un tiempo a pensar de dónde las obtuvo, de dónde o en qué momento sacó esas opiniones y porqué, y si no lo recuerda (que es lo más probable) dedique unos momentos a pensar si esas conexiones le ayudan o perjudican.
Y ¿por qué no? vamos a dar un paso más allá: si yo no sé qué creencias de las que tengo en mi cerebro son ciertas o fundadas, ¿por qué no «decido» elegir las que me hagan más feliz y no más desgraciado en la vida?? ¿Nos atrevemos a cuestionarnos nuestras creencias sobre el mundo? ¿Nos atrevemos a cuestionarnos nuestras creencias sobre nosotros mismos? ¿Nos atrevemos a cambiarlas??
Rosana Ferre