La Belladona (atropa belladonna), una nombre bonito para una planta preciosa, pero que esconde tras su belleza un veneno que puede ser mortal. La Belladona se hizo famosa entre las cortesanas de Italia en los siglos XVI y XVII, pues entre sus múltiples propiedades, la belladona dilata las pupilas, y cuando estamos enamorados y miramos a los ojos de nuestro amad@ las pupilas se nos dilatan, esto es algo que a lo mejor conscientemente no apuntamos, pero que dentro de la comunicación no verbal nuestro cuerpo lo sabe. Las cortesanas se dieron cuenta de que atraían mucho más a los hombres con las pupilas dilatadas (estos inconscientemente se sentían objeto del amor de ellas) y por eso empezaron a usarlo. De hecho el nombre de “Belladonna” es originario del Italiano, “Bella mujer”.
Antiguamente recibía otro nombre, mucho más descriptivo de su poder, se la llamaba “atropa”, que deriva de la palabra “Atropos” el nombre de una de las tres Moiras. Las Moiras o Parcas eran las tres damas forjadoras del destino de los seres humanos, jugaban con los hilos de las vidas de los hombres y Atropos, la tercera Moira era la que tenía las tijeras que cortaban finalmente el hilo de la vida de los humanos llevándolos irremediablemente a la muerte. Tal vez este, o “sombra nocturna mortal”, “baya de la bruja”, “cereza del Diablo” o “planta de la muerte” como también se la conocía, sean mejores nombres para la Belladona, pues uno de sus principios activos es la atropina, puede ser un veneno mortal. La atropina, tal y como vimos en la entrada anterior del blog, es también uno de los principios activos de la mandrágora.
La atropina tiene un efecto inhibidor sobre el sistema nervioso parasimpático, recordemos que éste es el encargado de sedar todo excepto la digestión, cuando este sistema se inhibe, su complementario, el simpático toma el mando, por eso se dilatan las pupilas, pues el simpático las dilata y el parasimpático las contrae.
Pero no solo tienen efecto sobre las pupilas, al inhibir el parasimpático, se inhiben los movimientos y la secreción de jugos digestivos, esto puede ser útil para casos de gastritis, úlceras, colon irritable, pero provoca digestiones lentas y costosas en las personas sanas y puede ocasionar estreñimiento por falta de motilidad peristáltica.
Al frenar el estímulo vagal sobre el corazón, acelera su ritmo, pudiendo ser útil para el tratamiento de las bradicardias, pero muy peligroso para la gente con taquicardias, pues podría llevarles al infarto o en el peor de los casos a la muerte.
Además de la atropina, la belladona posee escopolomina y la hiosciamina, que pueden provocar alucinaciones y delirios. De hecho el uso de esta planta también se asoció en la Edad media a la brujería. Se pensaba que la noche del Walpurias, cuando las brujas se preparaban para el aquelarre, el espíritu de la belladona salía de la planta y se reunía con ellas. Este espíritu era una hechicera bellísima a la que si cualquier hombre miraba a los ojos moría.
La Belladona ha estado siempre unida a la sensualidad, o mejor, a la sexualidad femenina, que hechiza, embruja y puede ser muy peligrosa.
El uso de la Belladona es conocido desde la antigüedad, era uno de los ingredientes que en dosis pequeñas se añadía al vino en las bacanales dionisíacas. Durante el antiguo Egipto se consumía la Belladona en pequeñas cantidades porque se creía que tenía la capacidad de abrir las puertas a otras realidades. Los sacerdotes romanos bebían su jugo para invocar a Bellona, la diosa de la guerra y así conseguir el triunfo para sus ejércitos.
Desde la antigüedad a la edad media se usó como narcótico, en pequeñas dosis, es sedante, calma los dolores, puede actuar como hipnótico.
Se dice de la Belladona que fue el veneno con el que se enveneno y ganó la guerra en Esparta a Marco Antonio. Y también que fue el veneno que acabó con la vida del emperador romano Claudio. Era sabido por la nobleza que el veneno de la belladona era uno de los más usados, porque administrado a dosis pequeñas pero regulares, no daba síntomas inmediatos pero acababa matándote, así pues cuando el copero del emperador probaba primero su comida, no moría ni sentía dolores inmediatos, así se aseguraban de que el noble o el emperador sí ingiriera la comida o bebida envenenada con la belladona.
La belladona crece en toda Europa, puede alcanzar hasta el metro y medio de altura. Es una planta muy atractiva, sus flores son campanillas muy bellas de color violeta y crea un fruto, una baya negra pequeña y redonda de sabor dulce (similar al mirtilo o las moras, pero un poco más grande) que puede ser muy tentadora, especialmente para los niños. Solo la ingesta de 10 – 15 en un adulto y de 5 – 10 en un niño, pueden llevar a la muerte. Florece en verano y da sus frutos también en verano. Su néctar es muy preciado por las abejas quienes al fabricar la miel, la producen con los efectos psicoactivos de la Belladona, pudiendo producir visiones y alucinaciones a quien la ingiera.
Vemos que la tradición antigua, aun teniendo la belladona prácticamente los mismos principios activos que la Mandrágora, su uso terapéutico especialmente como sedante para las operaciones se hacía con la Mandrágora, la Belladona fue mucho más utilizada como veneno. Hoy en día la Belledona es una de las plantas prohibidas, está prohibida su venta, tan solo se pueden conseguir sus semillas, y como hemos visto no es una planta recomendable, a pesar de su belleza para tener en ningún jardín. En la actualidad se utilizan sus principios pero elaborados como fármacos. La atropina, como ya vimos en la entrada de la Mandrágora se usa en medicamentos como antiespasmódico, para casos de úlceras, colon irritable y gastritis crónicas, como sedantes locales y en anestesia local, por los oftalmólogos para dilatar las pupilar y poder explorar el fondo del ojo, en caso de envenenamientos por organofosfatos (insecticidas), y en algunos casos para el Parkinson. Pero esta medicación debe estar siempre vigilada por un médico, pues ya hemos descrito la cantidad de efectos secundarios muy peligrosos que puede tener.
La belladona, una hermosa planta que oculta un gran veneno.
Rosana Ferre